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La tecnología brinda a la gente toda una plétora de oportunidades para conectar con otras personas, pero ¿y si el hecho de ser más “techies” nos hiciera también más mentirosos?
Es más que evidente que la tecnología brinda a la gente toda una plétora de oportunidades para conectar con otras personas, pero ¿y si el hecho de ser más «techies» nos hiciera también más mentirosos?
Quienes pululan por las redes sociales tienen, al fin y al cabo, muchísima querencia por el «postureo» y retocan las fotos que allí publican hasta el infinito y más allá. Es también mucho más fácil contar «mentirijillas» (más o menos inocentes) a nuestros amigos a través de mensaje enviado a través de WhatsApp que hacerlo en persona. E inventar excusas para salvar la cara frente al jefe es igualmente mucho menos aparatoso a través de un correo electrónico.
¿Somos entonces más embusteros por culpa de la tecnología que tenemos permanentemente a nuestra vera? Un estudio publicado en 2004 fue el primero en investigar la conexión entre los embustes y la tecnología. Mucho ha llovido, no obstante, desde entonces y la forma en que nos comunicamos se ha transformado de manera absolutamente radical en los últimos 17 años.
En aquella investigación Jeff Hancock, profesor de Comunicación de la Universidad de Stanford, y sus colegas evaluaron durante un periodo de siete días las interacciones sociales de 28 estudiantes a través del teléfono, la mensajería instantánea, el email y en persona. En el marco del informe los participantes tuvieron que dar cuenta del número de veces que habían mentido en cada interacción social.
Los resultados de aquel estudio terminaron demostrando que el canal donde la gente más falsedades disemina era el teléfono. Y el medio menos afín con las mentiras resultó ser el correo electrónico.
¿Son las mentiras directamente proporcionales a la manera que fluye la comunicación en los canales?
De acuerdo con Hancock, los canales en los que las personas pueden comunicarse sin fricciones son los más predispuestos a convertirse en un semillero de embustes. En cambio, los medios donde la comunicación fluye de manera asíncrona y donde los mensajes están grabados se prestan mucho menos a las mentiras.
En tanto que los resultados de aquella investigación han perdido inevitablemente validez por la revolución tecnológica de la que hemos sigo testigos en los últimos años, The Conversation ha querido actualizar ese informe. En esta investigación de nueva hornada tomaron parte 250 personas, que grabaron a lo largo de toda una semana sus interacciones sociales y el número de interacciones en las que se abrieron paso mentiras.
Los canales involucrados en este informe fueron las redes sociales, el teléfono móvil, los mensajes de texto, las videollamadas, el email y las interacciones cara a cara.
Aunque desarrollado casi 20 años después que el estudio original de Jeff Hancock, el informe de The Conversation revela que el índice embustes vuelve a ser mayor en los canales donde la comunicación resulta más fluida y ajena a las cortapisas: las videollamadas y el teléfono.
Sin embargo, que en estos canales haya menor número de falacias puede deberse a que las videollamadas y el teléfono se prestan más por su naturaleza a relaciones de naturaleza personal mientras que el email, por ejemplo, está emparentado con un uso mucho más profesional.
Así y todo, las diferencias en que cuanto a ratio de embustes no son demasiado notables en los diferentes canales puestos bajo la lupa por The Conversation, por lo que la mentira podría no estar emparentada necesariamente con la tecnología (que quizás la gente identifica en mayor medida con la falsedad porque la honestidad es más difícil de ser comunicada en los nuevos canales digitales en las interacciones cara a cara).
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