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La industria publicitaria necesita un giro copernicano que haga ver a quienes allí se desempeñan profesionalmente que no son ellos los que están en el centro sino la gente.
Se tilda a menudo a quienes se desenvuelven en la industria publicitaria de individuos egocéntricos hasta la médula que disfrutan masajeando su inconmensurable ego en festivales donde son otros colegas (y amigos) los que reparten premios a mansalva.
El egocentrismo fuertemente apalancado en el alma de los publicitarios echa raíces en la naturaleza profundamente ególatra de la humanidad (que es así desde tiempos inmemoriales), explica Dave Trott en un artículo para Campaign.
Allá por el siglo I el astrónomo Ptolomeo dictaminó que la Tierra que alojaba a la humanidad estaba en el centro y el resto de planetas orbitaban en derredor.
Aquella teoría fue siempre aceptada por la Iglesia Cristiana: la Tierra está en el centro, las estrellas refulgían cielo y Dios lo observa todo desde su atalaya.
La industria publicitaria es tan cerrada de mente como lo era la Iglesia hace cinco siglos
Sin embargo, en 1543 Copérnico publicó De revolutionibus orbium coelestium y demostró de manera matemática que la Tierra no era el centro del universo después de todo.
Según Copérnico, lo que verdaderamente estaba en el centro era el Sol y la Tierra era solo uno de los muchos planetas que giraban en torno a él.
Con la entrada en escena de Copérnico y su revolucionaria teoría se vinieron abajo dos mil años de geocentrismo para ceder el paso al heliocentrismo.
A la Iglesia Cristiana aquella verdad le resultó, no obstante, absolutamente imposible de aceptar. Si el cielo no estaba sobre la Tierra, ¿dónde estaba alojado Dios?
El astrónomo Galileo se convirtió en un firme defensor del heliocentrismo y en 1609 sus observaciones confirmaron la teoría de Copérnico. La defensa del heliocentrismo le costó, no obstante, cara al bueno de Galileo y en 1613 la Iglesia le acusó de posicionarse en contra de la Biblia.
Galileo argumentó que la Biblia era efectivamente la autoridad en materia de fe y moral, pero no en materia científica.
Como no se retractó de su posición, en 1615 Galileo fue llamado por la Inquisición, que calificó su heliocentrismo de manifiestamente herético por contradecir de manera explícita el sentido de las Sagradas Escrituras.
La Inquisición conminó a Galileo a abjurar de sus teorías, prohibió todas sus obras y lo condenó a ser arrestado en su domicilio, donde finalmente murió en 1642.
Los escritos de Galileo, que con el tiempo fue reconocido como padre de la física moderna, no vieron la luz hasta después de su muerte.
Para la Iglesia aceptar la teoría de Galileo habría supuesto un cambio de paradigma por su parte, pero la institución no estaba preparada en modo alguno para ese cambio de paradigma.
La Iglesia se fundó sobre los cimientos de la fe, por lo que la fe estaba siempre por encima de los hechos. Un cambio de paradigma habría significado invertir el orden y conferir a los hechos un valor preponderante por encima de la fe.
El cambio de paradigma que la Iglesia rechazó de plano hace siglos es precisamente lo que necesita también (y de manera perentoria) la publicidad, argumenta Trott.
Hacia un giro copernicano (¿imposible?) en la industria publicitaria
Los publicitarios están convencidos de que la publicidad da forma a la opinión pública y que esta orbita a su alrededor.
Esa creencia es profundamente falsa y la industria publicitaria necesita, por ende, un giro copernicano que haga ver a quienes allí se desempeñan profesionalmente que no son ellos los que están en el centro sino la gente.
En este sentido, los premios publicitarios, aquellos que concede la «Iglesia de la Publicidad», no ostentan tampoco la verdad absoluta sobre lo que es o no buena publicidad.
Si no se quitan de una vez por todas la venda de los ojos, los publicitarios seguirán creyendo que las pequeñas estatuillas que ornan sus estanterías y que las copas de champán que beben copiosamente en los yates de Cannes son el centro del universo.
Como la Iglesia lo hacía en el Medievo, la industria publicitaria cree, topándose de bruces con la evidencia pura y dura, que la gente gira alrededor de la publicidad cuando es justo lo contrario.
Recordemos además que Galileo estaba equivocado y el Sol no era el centro del universo. El Sol es solo una de los miles de millones de estrellas que forman parte de nuestra galaxia y nuestra galaxia es solo una de los miles de millones de galaxias que hay en el universo.
Ni siquiera orbitamos alrededor del centro del universo porque no hay centro como tal.
Esta es, sin embargo, una verdad inconveniente para la publicidad, y como hacía antaño la Iglesia, la industria publicitaria se empeña en retorcer los hechos para amoldarlos a su propia fe, concluye Trott.
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