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Pese a la omnipresencia de la cultura de la cancelación, no parece que este fenómeno haga arredrarse a las marcas.
Puede que la denominada cultura de la cancelación, de la que emergen boicots contra aquellas marcas que osan cometer traspiés, se haya convertido en el pan nuestro de cada día en el transcurso de los últimos años, pero no parece que este fenómeno quite el sueño a las marcas. Así lo concluye al menos un reciente estudio llevado a cabo en Estados Unidos por Forrester.
El 57% de los ejecutivos de marketing del ámbito B2C consultados en su informe por Forrester cree que la cultura de la cancelación y los posibles boicots a ella solapados no tendrán impacto alguno en las ventas de las marcas a las que prestan sus servicios. En esta misma línea, el 59% de los marketeros estima que este fenómeno no afectará a las empresas en las que están en nómina.
«Hemos podido observar que la cultura de la cancelación tiene mucho más impacto en las marcas personales que en las marcas corporativas. Las personas individuales y no tanto las empresas son susceptibles de ser impactadas por la furia emanada de la cultura de la cancelación», escribe Mike Proulx, VP & research director de Forrester, en un post publicado recientemente en el blog corporativo de la empresa de investigación de mercados. Así y todo, puntualiza Forrester, las compañías no son siempre inmunes a los efectos de la cultura de la cancelación.
La cultura de la cancelación se ceba más con las marcas personales que con las marcas corporativas
Forrester define la cultura de la cancelación como «una campaña pública (diseminada a menudo a través de las redes sociales) para hacer responsable a una empresa de las consecuencias derivadas de sus errores».
En los últimos años han sido víctimas de la denominada cultura de la cancelación marcas como Aunt Jemina que tuvo que ser renombrada como Pearl Milling Co. tras ser acusada de connotaciones racistas al hilo del movimiento Black Lives Matter. Han sido asimismo canceladas celebridades como Chrissy Teigen, que fue el año pasado acusada de «cyberbullying».
De acuerdo con Forrester, el 55% de los consumidores adultos están dispuestos a boicotear a una compañía si la empresa en cuestión incurre de manera intencionada en prácticas huérfanas de ética. Y el 53% no tendría tampoco prurito alguno en cancelar a las empresas que no dispensan un trato adecuado a sus empleados.
Cuando se proyecta sobre ella la insidiosa sombra del boicot, las marcas deben asumir sus propios errores. No en vano, el 41% de los consumidores accedería a volver a refugiarse en los brazos de una marca si esta emitiera públicamente una disculpa y admitiera sus equivocaciones.
Las marcas harían asimismo bien en robustecer sus valores, puesto que el 22% de los consumidores se plantearía boicotear a aquellas empresas que no comparten sus propios valores.
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