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En el plano puramente económico el metaverso podría ser una auténtica mina de oro para las empresas, pero este concepto, que tanta esperanza porta en sus entrañas, tiene también un envés mucho más lóbrego.
La humanidad mira cada vez más hacia el universo virtual y este desarrollo se dispone a protagonizar un salto de naturaleza cuántica. Desde que Facebook anunciara hace unos meses que estaba dispuesto a jugárselo todo a la carta del metaverso, este concepto (cuya simiente se había plantado en realidad mucho antes) está en boca de todos.
Aunque la idea de los avatares humanos interactuando en mundos virtuales no es nueva en modo alguno, el «hype» en torno al metaverso está en la cresta de la ola desde que Mark Zuckerberg anunciara a bombo y platillo el pasado mes de octubre que en el futuro buena parte de nuestra vida social tendría lugar en escenarios de naturaleza virtual.
El «hype» que hay revoloteando al metaverso está siendo espoleado por las marcas, a la que les tienta la idea de estar en el metaverso, y también por los inversores, que están comprando tierra digital a espuertas con la esperanza de hacerse de oro. Solo en Europa Zuckerberg se dispone a contratar a varios miles de desarrolladores y a invertir varios miles de millones dólares para hacer prosperar el concepto de metaverso que tiene en mente.
Cuando hablamos de metaverso, hablamos de universos paralelos al mundo real donde la gente puede interactuar en tiempo real. Este concepto no resulta totalmente nuevo, puesto que «World of Warcraft» y «Second Life» echan también anclas en el principio del mundo paralelo virtual. Y los objetos virtuales (como las armas que se comercializan en muchos videojuegos) son una realidad desde hace al menos dos décadas en el universo del «gaming».
Sin embargo, mientras en los videojuegos parece haber una frontera absolutamente nítida que separa la realidad de la ficción, en el metaverso esa frontera es mucho más borrosa con el apoyo de tecnologías como la realidad virtual y la realidad aumentada, explica Torben Platzer un artículo para Horizont.
En «Horizon Worlds», uno de los metaversos de la empresa otrora conocida como Meta, el usuario no mete en la piel de ningún personaje virtual y es él mismo. Además, su avatar luce pasmosamente real porque este llega al extremo de adoptar los gestos y las expresiones faciales del usuario. En el metaverso, que es huérfano a bote pronto del factor 100% lúdico por el que se guían los videojuegos, quienes por allí desfilan pueden mantener reuniones y hacer negocios.
El metaverso hace muchas promesas (que no sabe si va a poder cumplir) y deja en segundo plano las pesadillas que podrían brotar en sus entrañas
El «boom» del metaverso podría remedar, según algunos, los prósperos inicios de la red de redes, cuando las primeras páginas webs se compraron por muy poco dinero y se vendieron después por cantidades que multiplicaban de manera exponencial las inversiones iniciales. Por eso muchas empresas se están contagiando ya de una auténtica fiebre del oro en lo que al metaverso se refiere (y eso que no está claro que la feliz profecía de Mark Zuckerberg vaya a cumplirse).
Así y todo, y pese a que sobre él siguen pesando no pocos interrogantes, el metaverso abre la espita de no pocas oportunidades de negocio. La cuestión es si la economía digital nacida del vientre del metaverso la explotarán Google, Facebook, y Amazon y quienes ya tienen a día de hoy la vitola de titanes de internet o a la fiesta se sumarán también nuevos «players».
En el plano puramente económico el metaverso podría ser una auténtica mina de oro para las empresas, pero este concepto, que tanta esperanza porta en sus entrañas, tiene también un envés mucho más lóbrego.
Al fin y al cabo, las reglas del metaverso, esa realidad paralela que va supuestamente a reemplazar el mundo real, las definen las empresas tecnológicas (poderosísimas y prestas a hacer un uso espurio de su poder) que hacen posible su génesis. Esta circunstancia debería ser motivo de debate, máxime cuando ya se han reportado casos de acoso sexual en el metaverso.
Otro peligro solapado a la noción de metaverso es que los seres humanos pierdan aún más contacto con la realidad en su afán por zambullirse en realidades paralelas en unos pocos clics. Si en el metaverso el usuario no distingue la realidad de la ficción (porque lo que allí acontece no es en modo alguno ficticio), este podría reducir de manera masiva su contacto con personas de carne y hueso. Y es que por más que la idea de conectar con otras personas en el metaverso suene a bote pronto muy atractiva, la comunicación cara a cara es irremplazable (o así debería serlo al menos).
Conviene, por ende, no dejarse cegar por las luces de neón del metaverso y no perder de vista los problemas que este concepto carga sobre los hombros, concluye Platzer.
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